Casa Müller: Fenomenología y espacio vivo.
Diana Carolina
Briceño Forero.
La Casa
Muller de Adolf Loos es una manifestación arquitectónica que trasciende el
simple hecho de construir para convertirse en una experiencia sensorial y
fenomenológica. Loos entendió el espacio no como una disposición de formas
sobre un plano, sino como un volumen en el que el cuerpo humano es
protagonista. A través del Raumplan, el arquitecto austríaco logró articular
una espacialidad viva, en la que cada estancia se experimenta en relación con
el movimiento, la luz y la percepción del habitante.
Desde la
fenomenología, la arquitectura no se reduce a la materialidad ni a la función;
es, ante todo, una experiencia. Como lo planteaba Luis Barragán, el espacio
cobra sentido cuando es vivido. Loos lleva esta idea a la práctica diseñando la
Casa Muller desde dentro hacia afuera, priorizando la actividad humana sobre la
estructura misma. El revestimiento, elemento clave en su obra, refuerza esta
intencionalidad: el material no es solo ornamento, sino un mediador entre el
cuerpo y el espacio. En este sentido, la casa no se impone al habitante; al
contrario, se adapta a sus necesidades y emociones.
August
Schmarsow afirmaba que la esencia de la arquitectura es el espacio y no el
objeto construido. Loos parece alinearse con esta noción al desarrollar un
proyecto en el que la tridimensionalidad es primordial. En la Casa Muller, los
desniveles y las variaciones de altura generan una profundidad espacial que no
se percibe desde una planta bidimensional, sino en la experiencia directa del
usuario. La orientación corporal juega un papel fundamental: el habitante se
desplaza a través de un recorrido que no es lineal, sino que se compone de
múltiples direcciones y perspectivas.
Bruno
Zevi destacaba que la arquitectura que logra emocionar es aquella que
condiciona la experiencia. En la Casa Muller, la emoción no proviene del
ornamento —recordemos la célebre frase de Loos, "el ornamento es un
crimen"—, sino de la manera en que el espacio se articula. La distribución
de los ambientes responde a una lógica interna en la que la privacidad y la
apertura se equilibran, generando contrastes entre áreas íntimas y espacios de
representación. Cada habitación está concebida con una intencionalidad
específica, desde la monumentalidad del salón hasta la introspección del
dormitorio.
Desde la
fenomenología, el espacio no es estático, sino que se transforma con la
presencia y acción del ser humano. La intersubjetividad es un factor clave: la
arquitectura no solo se vive individualmente, sino que también se configura en
la relación con los otros. En la Casa Muller, los espacios de transición, como
escaleras y pasillos, cobran relevancia porque no son meros conectores, sino
umbrales entre distintas experiencias espaciales. Loos juega con la
simultaneidad y la multicontextualidad, principios que se volverían
fundamentales en la arquitectura del siglo XXI. El habitante no se encuentra en
un único contexto espacial, sino en una red de referencias que le permiten
orientarse y vincularse con la totalidad de la casa.
La
posmodernidad trajo consigo una revisión de la historia y un cuestionamiento de
los dogmas modernos. Aldo Rossi, en sus escritos sobre la ciudad y la
arquitectura, destacaba la importancia de la memoria y la continuidad
histórica. Aunque Loos fue un crítico del historicismo, su obra no se
desvincula del pasado, sino que lo reinterpreta desde una visión contemporánea.
La Casa Muller no es una negación de la historia, sino una exploración de cómo
la tradición puede integrarse en una nueva espacialidad. Su materialidad, su
organización jerárquica de los espacios y su atención al detalle reflejan una
sensibilidad hacia el pasado sin caer en el eclecticismo.
La
fenomenología arquitectónica no es una experiencia aislada; es un entramado en
el que conciencia, cuerpo, percepción y experiencia convergen. La Casa Muller
encarna esta visión al generar un espacio que no se impone, sino que se revela
en la interacción con quien lo habita. Como afirmaba Patocka, la espacialidad
es viva porque se transforma con la presencia humana. Loos, al concebir su
arquitectura desde la experiencia y no desde la abstracción geométrica, nos
deja una lección atemporal: la verdadera arquitectura no es la que se impone,
sino la que dialoga con sus habitantes y con la historia misma.
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