El cuerpo como centro de la percepción
Si buscamos la definición de percepción, encontramos que se
describe como “el proceso mediante el cual los seres humanos interpretan y
organizan la información que reciben de su entorno”[1].
Sin embargo, esta definición plantea preguntas fundamentales: ¿qué es realmente
lo que estamos recibiendo e interpretando? ¿Cómo se construye nuestra relación
con el mundo? La percepción no es solo la captación pasiva de estímulos, sino
una experiencia encarnada, situada en el espacio y en constante transformación.
Maurice Merleau-Ponty, en su texto El ojo y el espíritu,
explora la relación entre la visión, el cuerpo y el arte. Critica la ciencia
clásica por reducir la realidad a modelos abstractos que se alejan del mundo
vivido y, en contraste, defiende una fenomenología de la percepción que
reivindica el papel del cuerpo como el centro de la experiencia. Desde esta
perspectiva, el cuerpo no es un simple objeto dentro del espacio, sino el medio
a través del cual se habita y se construye la realidad.
En el contexto arquitectónico y filosófico, la percepción es
inseparable del cuerpo. No vemos el mundo como si estuviéramos frente a una
imagen estática; lo experimentamos desde dentro, a través del movimiento y la
interacción. Esto se relaciona con la idea de espacialidad viva, el
espacio no es un contenedor rígido, sino un ámbito dinámico que cambia a medida
que lo habitamos e interpretamos. Cada experiencia perceptiva es entonces, una
superposición de facetas, una interacción constante entre el sujeto y su
entorno.
Así mismo, Jan Patocka, al desarrollar su noción de
horizonte, complementa esta visión fenomenológica. Para él, el mundo no es un
conjunto de objetos separados, sino una red de significados en la que estamos
inmersos. El horizonte es lo que da sentido a nuestra percepción: no percibimos
elementos aislados, sino relaciones, continuidades y posibilidades. Esto
coincide con la idea de Merleau-Ponty de que la profundidad no es una simple
tercera dimensión, sino una cualidad inherente a la visión, que nos sitúa
dentro del mundo y nos permite descubrirlo desde múltiples perspectivas.
En la vida cotidiana, solemos dar por sentada la forma en
que percibimos el espacio y el tiempo. Sin embargo, si nos detenemos a
reflexionar, notamos que nuestra percepción no es un reflejo exacto de la
realidad, sino una construcción que depende de nuestra posición, nuestros
movimientos y nuestra historia. Habitamos múltiples realidades simultáneamente:
mientras caminamos por una calle, nuestra percepción no solo capta el entorno
físico, sino también recuerdos, expectativas y emociones que se entrelazan con
la experiencia inmediata.
Así, la percepción no es solo un mecanismo sensorial, sino
un fenómeno complejo que involucra el cuerpo, la espacialidad y la memoria. Es
un proceso vivo, en el que el mundo no se presenta como algo dado, sino como algo
que se descubre y se construye en cada experiencia. Tanto en la arquitectura
como en la pintura y la filosofía, comprender la percepción como un tejido de
miradas y significados nos permite habitar el mundo de manera más consciente y
profunda.
Si bien podrían tomarse como ejemplo diversas obras arquitectónicas para ilustrar cómo la percepción se construye con cada experiencia, el Museo Guggenheim de Nueva York, diseñado por Frank Lloyd Wright, evidencia particularmente esta relación entre el cuerpo, el espacio y la percepción. A diferencia de muchos museos tradicionales, donde las obras se presentan en una serie de salas estáticas, este proyecto propone un recorrido fluido y dinámico. Su diseño en espiral genera una experiencia espacial en constante transformación, donde la percepción del habitante cambia a medida que avanza, revelando nuevas perspectivas del entorno y estableciendo conexiones entre los fragmentos de lo visible y lo expuesto.
Foto tomada de: https://www.new-york-tickets.com/es/guggenheim-museum/about/ |
La arquitectura del Guggenheim no solo está concebida para
ser observada, sino para ser vivida a través del cuerpo y el movimiento. La
rampa helicoidal y su inclinación crean una sensación envolvente, en la que el
visitante no es un observador pasivo, sino un participante activo en la
construcción del espacio. En este sentido, la experiencia arquitectónica se
alinea con la fenomenología de Merleau-Ponty, quien plantea que el mundo no se
percibe desde un punto de vista fijo, sino desde una interacción continua entre
el cuerpo y el entorno.
Asimismo, el Guggenheim encarna la noción de horizonte de Patocka,
ya que no ofrece una perspectiva única y dominante, sino una multiplicidad de
vistas que se redefinen a medida que el alguien asciende por la espiral. Esta
cualidad transforma el espacio en una espacialidad viva, donde la percepción se
muestra como un tejido de relaciones dinámicas, en constante evolución.
Foto tomada de: https://www.newyorkando.com/museo-guggenheim/ |
[1]Gómez,
M. I. (2024, 24 octubre). Percepción - Qué es, etapas y componentes.
Concepto. https://concepto.de/percepcion/
Me parece que el ensayo presenta una reflexión muy interesante sobre la percepción y su relación con el cuerpo y el espacio. Lo que más me llamó la atención es cómo se cuestiona la idea de que percibir es simplemente recibir información del entorno, cuando en realidad es un proceso activo y cambiante. La referencia a Merleau-Ponty me parece muy acertada, especialmente porque enfatiza que el cuerpo no es solo un objeto en el espacio, sino el medio a través del cual experimentamos el mundo, y el análisis del Museo Guggenheim como un ejemplo de percepción dinámica me pareció muy bien escogido. Me gusta la manera en que se explica cómo el diseño en espiral transforma la experiencia del visitante, obligándolo a percibir el espacio de forma distinta a medida que avanza. Es cierto que muchas veces pensamos en la arquitectura solo como estructuras fijas, cuando en realidad es algo que se vive y cambia dependiendo de cómo nos movemos en ella.
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