La Arquitectura como Sintonización: Memoria, Percepción y Experiencia

La experiencia arquitectónica no es solo una realidad presente, sino un tejido complejo de recuerdos, expectativas y significados que se decantan con el tiempo. Habitamos el espacio no solo con nuestro cuerpo, sino también con nuestra memoria y nuestras aspiraciones. Cada lugar que experimentamos está inevitablemente influenciado por lo que hemos vivido y por lo que esperamos del futuro. La manera en que percibimos un espacio no está determinada únicamente por su geometría o su función, sino por la manera en que nuestra memoria y sensibilidad se sintonizan con él. En este sentido, la arquitectura no es una entidad fija ni un simple contenedor de actividades, sino una estructura en constante transformación, modulada por la percepción y la experiencia individual. En este sentido, la arquitectura cobra significado en la medida en que logra un ajuste, una sintonización (attunement) con quienes la experimentan.

El concepto de attunement, desarrollado por Alberto Pérez Gómez, nos permite comprender la arquitectura más allá de sus cualidades técnicas y formales. Este término, que puede traducirse como "sintonización" o "ajuste", remite a la capacidad de los espacios construidos para resonar con la experiencia humana. No se trata solo de diseñar estructuras eficientes o estéticamente agradables, sino de generar entornos que favorezcan una relación armónica entre el cuerpo, la percepción y el significado. La arquitectura, desde esta perspectiva, no es un objeto inerte, sino un campo dinámico de relaciones en el que convergen la memoria del pasado y las expectativas del futuro.

La experiencia del espacio arquitectónico es siempre un proceso de decantación. Los recuerdos que acumulamos en un lugar influyen en nuestra manera de habitarlo, y nuestras expectativas moldean la forma en que lo percibimos. Un edificio puede evocar sensaciones de acogida, de extrañamiento o de pertenencia, dependiendo de la relación que establecemos con él. En este sentido, la arquitectura no se define solo por sus propiedades físicas, sino por la manera en que se inscribe en nuestra conciencia y en nuestra historia personal y colectiva.

Pérez Gómez argumenta que, en la modernidad, la arquitectura ha tendido a desvincularse de esta dimensión experiencial y poética. La prioridad de la racionalidad técnica y la estandarización funcional han contribuido a una pérdida de significado en los espacios habitados. Sin embargo, el attunement ofrece una alternativa: recuperar la arquitectura como un medio para conectar con el mundo de manera más profunda y significativa. Esta idea implica reconocer que el diseño arquitectónico debe atender no solo a la eficiencia y la materialidad, sino también a la forma en que el espacio permite la resonancia emocional y simbólica con sus habitantes.

La sintonización con el espacio no ocurre de manera inmediata; es un proceso que se desarrolla con el tiempo. Un edificio recién construido puede parecer ajeno o impersonal hasta que la experiencia humana lo transforma, impregnándolo de vida y significado. Los materiales envejecen, los ritmos de uso modifican su percepción, y las memorias individuales y colectivas terminan por dotarlo de una identidad particular. En este sentido, el attunement no es una propiedad fija de la arquitectura, sino una condición emergente que se genera en la interacción entre el espacio y sus usuarios.

Pensar en la arquitectura desde el attunement implica también proyectarla hacia el futuro. Si los espacios habitados dependen de la experiencia que los moldea, entonces el diseño arquitectónico debe asumir la responsabilidad de generar entornos abiertos a la apropiación, al cambio y a la construcción de nuevas memorias. Esto significa que la arquitectura no puede ser entendida solo como una solución técnica a problemas funcionales, sino como una práctica que moldea la manera en que vivimos y nos relacionamos con el mundo.

Un ejemplo paradigmático de esta idea es el Templo del Agua de Tadao Ando. Esta obra encarna el attunement en su relación entre el espacio construido y el agua como elemento mediador de la experiencia. En este templo, el recorrido arquitectónico se convierte en un proceso de descubrimiento y contemplación. La materialidad del hormigón desnudo, la disposición de los espacios y la presencia del estanque generan un ambiente de introspección, donde el visitante debe ajustar su percepción a los cambios sutiles de luz, sonido y movimiento del agua.

El Templo del Agua no es solo un objeto arquitectónico; es un espacio que invita a la experiencia pausada y a la sincronización con su entorno. Se argumenta que la arquitectura debe recuperar su dimensión poética y fenomenológica, y en este templo, Ando logra precisamente eso: la creación de un lugar donde la interacción con el agua, la luz y la sombra genera una conexión profunda con el entorno y con uno mismo. Este diseño no impone una narrativa fija, sino que permite que cada visitante encuentre su propia resonancia con el espacio, en un proceso de ajuste y significación personal. Desde la perspectiva de Pérez Gómez, la arquitectura debe ser un medio para conectar con la esencia del habitar, un puente entre el ser humano y su entorno, donde las experiencias pasadas y las expectativas futuras encuentren un equilibrio armónico en el presente. En el Templo del Agua, esta idea se materializa en la relación entre los elementos naturales y la construcción. El agua actúa como un umbral simbólico y físico, estableciendo un diálogo constante entre lo construido y lo inmaterial, entre la presencia y la ausencia.


Imagen tomada de: https://es.wikiarquitectura.com/edificio/templo-del-agua/#templo-del-agua-1

Imagen tomada de: https://www.japan-experience.com/es/all-about-japan/kobe/temples-shrines/water-temple-honpukuji


La disposición espacial del templo enfatiza la transición y la percepción gradual del entorno. No se trata de un acceso inmediato al santuario, sino de un recorrido pausado que exige del visitante una disposición sensorial atenta. Este proceso refleja el concepto de attunement, pues la arquitectura obliga a una interacción consciente, a una sincronización con el espacio y sus ritmos. Así, Ando no solo diseña un edificio, sino una experiencia que evoluciona con el tiempo y con cada visitante que lo atraviesa.

 

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