La arquitectura en la posmodernidad: Un horizonte de posibilidades. Diana Carolina Briceño Forero.
Diana Carolina
Briceño Forero.
La transición de la modernidad a la posmodernidad marcó un punto de
inflexión en la arquitectura, donde la historia, la espacialidad y la
multiplicidad de contextos se convirtieron en temas centrales. La modernidad,
con su énfasis en el racionalismo, el funcionalismo y la universalidad, empezó
a ser cuestionada por su aparente rigidez e indiferencia hacia la riqueza del
pasado y la experiencia humana más profunda. La posmodernidad, en cambio, abrió
un espacio para repensar el futuro, rescatando lo que se había dejado atrás y
explorando nuevas formas de construir y habitar el mundo.
Uno de los ejes fundamentales de la arquitectura posmoderna es la defensa de
la historia. A diferencia de la modernidad, que a menudo buscaba borrar el
pasado para dar paso a una estética limpia y sin referencias directas, la
posmodernidad plantea un retorno crítico a la historia, no para imitarla, sino
para integrarla en nuevas narrativas arquitectónicas. Aldo Rossi, en su obra El
papel de la historia en la arquitectura y la ciudad, destaca la
importancia de la memoria colectiva y de la ciudad como depósito de
significados que deben ser reinterpretados y actualizados. En esta línea, la
arquitectura no es solo la creación de formas nuevas, sino también un proceso
de relectura y reconfiguración de lo existente.
Sin embargo, la posmodernidad no es un movimiento homogéneo ni coherente. Se
trata de una serie de actitudes y estrategias diversas que buscan romper con
las limitaciones de la modernidad. La deconstrucción, por ejemplo, emerge como
una herramienta clave para entender lo que hay detrás de las estructuras
arquitectónicas y permitir la inclusión de elementos que habían sido excluidos.
En este sentido, el Museo Judío de Berlín, diseñado por Daniel Libeskind, es un
ejemplo paradigmático de cómo la fragmentación, el vacío y la ruptura pueden
convertirse en medios para expresar la memoria y la ausencia. A través de
líneas diagonales, espacios interrumpidos y ángulos inusuales, Libeskind
desafía la lógica tradicional de la arquitectura y crea un espacio que no solo
se habita, sino que se experimenta en toda su carga emocional y simbólica.
Esta exploración arquitectónica también tiene una dimensión política y
social. Jon Patocka, filósofo checo, destacó la importancia de la rebelión y la
resistencia frente a sistemas opresivos, algo que se refleja en la arquitectura
como una lucha por la inclusión y la diversidad de perspectivas. Su concepto de
“lo otro”, aquello que no está contemplado dentro de un sistema dominante,
resuena en la necesidad de la arquitectura de abrirse a múltiples voces y
realidades, dejando de lado la uniformidad impuesta por la modernidad.
La espacialidad en la arquitectura posmoderna también adquiere una nueva
dimensión, articulada en diferentes escalas: el cuerpo, la comunidad, el
lenguaje y el mundo. Estas escalas permiten entender la arquitectura no solo
como un conjunto de formas, sino como una experiencia sensorial e
interpersonal. En El cuerpo y el espacio, se plantea la idea de la
espacialidad viva, en la que los individuos no solo ocupan un espacio, sino que
lo crean activamente a través de sus relaciones e interacciones. Así, la arquitectura
deja de ser un objeto estático y se convierte en un fenómeno compartido en
constante transformación.
Esta noción de espacialidad se vincula con la idea de orientación
multicontextual, un concepto clave en la arquitectura contemporánea. A
diferencia de la orientación tradicional basada en ejes cartesianos, la
orientación humana es simultánea y fragmentaria, conectando diversos horizontes
y contextos. La experiencia del horizonte, tal como se describe en la
fenomenología, muestra que vivimos rodeados de posibilidades que percibimos
como realidades. En este sentido, la arquitectura debe ser capaz de capturar
esta multicontextualidad, generando espacios que sean abiertos, flexibles y capaces
de integrar distintos tiempos y significados.
Ejemplos concretos de esta aproximación pueden encontrarse en la obra de
Álvaro Siza. Sus proyectos evocan fragmentos de experiencias espaciales
previas, como la luz horizontal de Alvar Aalto y los juegos de sombra de Le
Corbusier, pero los reconfigura en nuevas formas que generan una profunda
sensación de pertenencia y contención. En sus Piscinas de Marés en Oporto, por
ejemplo, el muro y las rocas crean un espacio donde el visitante no solo
experimenta la arquitectura, sino que se siente abrazado por ella. La
interacción entre elementos naturales y construidos, la continuidad entre
interior y exterior, y la manipulación de la luz y la sombra revelan una
arquitectura que no es solo visual, sino completamente sensorial.
En este contexto, Jorge Oteiza también ofrece una perspectiva interesante
sobre la ausencia y la memoria en la arquitectura. Sus “máscaras cadáveres”
buscan capturar la ausencia de la vida, un concepto que puede trasladarse a la
arquitectura posmoderna en la forma en que ciertos espacios evocan lo que no
está presente. La arquitectura no solo debe llenar vacíos, sino también
hacerlos visibles, permitiendo que los silencios y las ausencias sean parte del
discurso espacial.
En definitiva, la posmodernidad ha permitido que la arquitectura se
replantee a sí misma, incorporando elementos históricos, explorando nuevas
formas de espacialidad y adoptando una actitud crítica hacia el legado de la
modernidad. En lugar de rechazar el pasado, lo reinterpreta; en lugar de
imponer una única verdad arquitectónica, abre un abanico de posibilidades. A
medida que avanzamos en el siglo XXI, esta orientación multicontextual y
fragmentaria sigue siendo una herramienta fundamental para pensar la arquitectura
no como un objeto fijo, sino como un proceso dinámico y en constante diálogo
con la historia, la memoria y la experiencia humana.
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