La Ciencia y Arquitectura situada en el mundo sensible

 Acercandonos a los pinceles del pintor, distinguimos una "ciencia secreta" que, como Merleau-Ponty argumenta en El ojo y el espíritu, yace en las profundidades del arte. La pintura, en su más desnuda esencia, es una ventana enrejada a través de la cual el ojo artístico filtró los tramos de la experiencia humana, abriendo paso a una representación de las cosas que nos conecta y emociona con la textura misma del ser, esa profundidad oculta que los objetos proyectan sobre el universo. Esta idea de una "ciencia secreta" no se limita al arte pictórico, sino que también encuentra eco en la arquitectura, una disciplina que, en su esencia, está intrínsecamente ligada al mundo sensible y a la experiencia humana.

La arquitectura no debe reducirse a mera construcción teórica o un ejercicio intelectual abstracto, sino como una práctica que se arraiga en el "suelo del mundo sensible". Es, más que eso, un diálogo con lo físico de nuestra existencia, un lenguaje material que busca resonar con las dimensiones sensoriales del ser humano. Nos encontramos, a través de nuestros cuerpos, con los espacios que habitamos. Nos relacionamos con ellos a través de nuestras percepciones, de la textura áspera de una pared o de la frescura de un resplandor. la arquitectura debe concebirse en función de cómo el cuerpo humano se relaciona con el espacio. Las proporciones, la escala y la distribución de los elementos arquitectónicos deben responder a las necesidades y percepciones del cuerpo, creando ambientes que sean tanto funcionales como significativos.En este contexto, los cinco puntos de Le Corbusier adquieren una relevancia especial, ya que establecen una conexión clara entre la arquitectura, el cuerpo y el mundo sensible.

Como primero punto, los pilotes se elevan como testimonios de una construcción desfasada de la tierra, convirtiendo el edificio en un paréntesis, una isla flotante sobre la vegetación. Al elevar la edificación, estos pilares liberan la planta baja, difuminando las divisiones entre interior y exterior, permitiendo que el paisaje se infiltre en la construcción y que la construcción sea una extensión del paisaje. Este es el caso de la Villa Savoye y donde analizaremos las mismas intención en la casa Citrohan, donde la sensación de leveza, de delicadeza, trasciende lo pictórico para rozar lo filosófico.

El angulo recto o la horizontalidad y verticalidad son, a su vez, reminiscencias de las dimensiones del cuerpo humano. Las geometrías rectas comunican firmeza, un sentido de racionalidad y control. Sin embargo, es importante equilibrar estas formas con elementos que aporten calidez, textura y organicidad al espacio, evitando que la arquitectura se sienta fría o distante.

La ventana horizontal actúa como un manto extendido sobre el horizonte, permitiendo que la vista fluya de la interioridad hacia la exterioridad. En la Casa Citrohan, estas aberturas son invitaciones a la contemplación del paisaje, la ventana longitudinal permite el ingreso de luz natural y genera una sensación de apertura y bienestar, reforzando la conexión entre el habitante y el paisaje.

La planta libre y la fachada libre son elementos que permiten una mayor flexibilidad en la distribución del espacio y en la expresión arquitectónica, solturas para adaptar la morfología del espacio a las necesidades. La planta libre permite una elasticidad en la disposición de la vivienda, acogiendo las variadas configuraciones de la vida cotidiana. La fachada libre nos permite extender el diálogo con el entorno, abriendo conversaciones entre los muros y el fuera. En definitiva, ambas ofrecen una flexibilidad para que la arquitectura sea una prolongación del paisaje en el ser y la experiencia del cuerpo.



En definitiva, la Casa Citröhan puede interpretarse como un manifiesto de una arquitectura que busca situarse en el mundo sensible, considerando el cuerpo como punto de partida y medida del espacio. Entender la arquitectura no como una operatoria matemática sino como una extensión sensible de nuestro propio ser. Esto se remonta a la idea de Merleau-Ponty, en la que la pintura se transforma en una "ciencia secreta" que nos introduce a la textura del ser, a lo profundo y oculto de las cosas. Así, la arquitectura toma al cuerpo como punto de partida y medida, no para restringirnos, sino para ampliar nuestra percepción de lo que nos rodea.

En conclusión, tanto la pintura, como Merleau-Ponty nos invita a entenderla, como la arquitectura, a través de los principios de Le Corbusier, nos revelan que el arte y el diseño no son actividades aisladas, sino que se nutren de la conexión profunda entre el ser humano, su cuerpo y el mundo que lo rodea. Ambos nos recuerdan que la verdadera esencia de la creación radica en su capacidad para habitar el mundo sensible y transformar nuestra experiencia de él.

Referencias:




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