La escultura: el puente que religa la cuaternidad
La escultura: el puente que religa la cuaternidad
Reflexiones sobre la presencia de esculturas y monumentos en el paisaje y cómo transforman un sitio en ubicación, marcando una condición de espacio en un horizonte infinito que permite una condición intersubjetiva del habitar.
Semestre 2024-2
Crítica de la arquitectura
Laura Paola Barajas Parra
Escuela de Arquitectura y Urbanismo
Universidad Nacional de Colombia
“[...] aquello que es realmente esencial solo puede surgir desde la mente del artista y encontrar su destino en la mente del observador”. -August Schmarsow
¿Cómo se transforma un sitio en un lugar? A partir de un elemento diferenciador que establece una interrupción dentro de un horizonte monótono: una huella. La huella hace parte de un proceso de identificación, establece límites y funciona como un ritual. Esta manifestación toma más contundencia con un objeto, la imposición de un objeto cuida el “aquí” del cuerpo, como cuando se desea guardar un puesto en una mesa libre poniendo un bolso o morral. La disposición de dicho objeto puede cambiar radicalmente la visión y conformación de un lugar. Como en Stonehenge, la modulación de piedras en medio de un paisaje desierto resulta un elemento difícil de ignorar que define un horizonte completamente distinto al que había antes, esta huella del pasado ha trascendido en el tiempo y se ha convertido en algo más grande, en uno de los patrimonios de la humanidad. El propio cuerpo crea esa huella, que es el inicio del límite, el inicio de la arquitectura según Leon Battista Alberti, partiendo de un asentamiento donde se traza dicho límite, una huella que construye un paisaje distinto. La creación de un lugar comienza con la identificación, el reconocimiento a uno mismo luego de plasmar esa marca, reconocer la presencia.
No se trata sólo de marcar un lugar, sino de establecer un diálogo dinámico entre el objeto y el horizonte, dotando al paisaje de una nueva dimensión. En este contexto, la escultura adquiere un carácter casi mítico, en el que la abstracción se funde con la materia para trascender de una coordenada visual a una topológica, donde se establece una interacción entre el ser humano y su entorno, la apertura a la condición intersubjetiva del habitar. Este concepto puede relacionarse con las obras de Eduardo Chillida y Antony Gormley junto con el horizonte que enmarcan.
Chillida, a lo largo de su trayectoria, se interesó en la abstracción de la mano y en la tensión que encierra su gesto. A partir del estudio de esta forma, desarrolló una exploración de conceptos que dialogan con los elementos naturales: el espacio tierra, encarnado en la solidez y la masa; el espacio agua, presente en las fisuras y matices que sugieren fluidez; y el espacio viento, que se expresa en el impulso de agarrar. Este último concepto se materializa en El peine del viento, en San Sebastián, España, donde un conjunto de esculturas evoca unas manos que, como gigantescas pinzas, intentan abrazar la inmensidad del horizonte marino. Estas esculturas que contienen el horizonte, crean un espacio en donde el ser humano puede relacionarse con otras masas y encontrar una pauta que ancla el aquí de su cuerpo.
Imagen tomada de: https://www.sansebastianturismoa.eus/es/hacer/que-ver-san-sebastian/el-peine-del-viento
El horizonte una vez alterado puede verse de dos maneras: la primera, como fragmentos de horizontes que conviven entre sí, un collage de horizontes (desde la perspectiva del filósofo checo Jan Patocka); la segunda, y porqué no, las esculturas como el puente que amarra el cielo y la tierra (desde la perspectiva del filósofo alemán Martin Heidegger). En un primer vistazo se podría pensar que la primera perspectiva es la que más tiene sentido, pues esa concepción de horizonte parte de lo visual, al ver elementos muy distintos entre sí, ese choque entre lo natural y lo artificial, hace que nuestra perspectiva los tome como elementos separados que se superponen en capas que difieren de sus contextos. Si se observa el horizonte del mar sin ningún componente artificial, el cielo y el mar por más similar que sea su tonalidad estos nunca llegan a conectar realmente, ambos elementos se perciben como inalcanzables uno del otro. En contraste con la premisa del puente de Heidegger, quien afirma que el puente dentro de un paisaje es un punto de referencia que conecta todas las partes y las amarra, idea que también comparto en este caso, porque, es posible crear armonía por más heterogéneas que sean las partes, por más lejos que esté el cielo de la tierra estos pueden compartir un conector, y ese conector es el puente, para Chillida son esas esculturas, que unen el cielo y el mar en un intento metafórico de agarrarlos a través de esas gigantescas pinzas.
Complementariamente, en Elogio al horizonte Chillida expande la visión de la escultura como nexo entre el cielo y la tierra. A través de formas robustas y un lenguaje abstracto, la obra celebra la inabarcable conexión entre lo etéreo y lo concreto, invitándonos a contemplar el diálogo silencioso que se establece entre el firmamento y la tierra.
Imagen tomada de: https://www.flickr.com/photos/eugercios/16418218779
La escultura, en este sentido, se convierte en un puente simbólico: su presencia en el paisaje no solo transforma el horizonte, sino que lo redefine al generar nuevas relaciones entre el vacío y la forma, entre el cielo y la tierra, entre el tiempo y la materia.
Este concepto también se encuentra en la obra de Antony Gormley, quien, a través de la disposición de cuerpos humanos en el paisaje, explora la relación entre la presencia y el vacío. En su instalación Another Place, un conjunto de figuras humanas de hierro fundido se dispersa a lo largo de la playa, algunas emergiendo de la arena, otras sumergiéndose lentamente con la marea. Aquí, la escultura no solo interviene el espacio, sino que se funde con él, estableciendo un diálogo entre el cuerpo y la vastedad del horizonte. En estas figuras se percibe la tensión entre la permanencia y la desaparición, reforzando la idea de la escultura como un puente que conecta lo efímero con lo eterno.
Imagen tomada de: https://www.antonygormley.com/works/exhibitions/another-place
Así, tanto Chillida como Gormley utilizan la abstracción para destilar la esencia de la forma y potenciar su relación con el paisaje. Sus obras nos invitan a contemplar el horizonte de una manera diferente, a percibir la escultura no sólo como un objeto, sino como un punto de referencia que transforma nuestra experiencia del espacio y nos invita a interactuar con él. Siguiendo la reflexión de Heidegger, podemos entender estas esculturas como elementos que amarran cielo y tierra, materia y vacío, convirtiendo el paisaje en un lugar de encuentro entre lo tangible y lo inalcanzable.
El texto reflexiona sobre cómo la escultura no solo transforma el paisaje, sino que también actúa como un puente entre lo tangible y lo inalcanzable, lo natural y lo construido. Me parece interesante la manera en que se analiza la relación entre la presencia de un objeto y la forma en que este redefine el horizonte, convirtiéndose en un punto de referencia que le da significado al espacio. Esto me hace pensar en las malokas indígenas, que, al igual que las esculturas de Chillida o Gormley, son más que simples estructuras físicas: son símbolos de identidad, de encuentro y de conexión con el territorio y la comunidad.
ResponderEliminarLas malokas no solo marcan un lugar, sino que crean un espacio de significado dentro del paisaje, un punto donde la comunidad se reúne, donde se transmiten saberes y donde se fortalece el vínculo con la naturaleza y la espiritualidad. En este sentido, funcionan como esos “puentes” que menciona el texto, estableciendo un diálogo entre el ser humano y su entorno, entre la tradición y la transformación del espacio. Así como las esculturas intervienen el horizonte y lo resignifican, las malokas intervienen el territorio ancestral y lo convierten en un espacio de identidad y resistencia cultural. Además, la reflexión sobre el tiempo y el paisaje en el texto también se puede aplicar a las malokas: no son estructuras estáticas, sino que están vivas, se reconstruyen, se adaptan y continúan marcando la relación de la comunidad con su entorno. En ese sentido, tanto la escultura como la arquitectura tradicional indígena nos muestran que los espacios no solo se habitan, sino que también se resignifican constantemente a través de la cultura, la memoria y la experiencia compartida. Como la maloka de la Sede de Leticia de la UNAL.