La luz que habita el vacío: Un diálogo entre cuerpo y arquitectura. Diana Carolina Briceño Forero.
Diana Carolina
Briceño Forero.
La Iglesia Católica Pastoor Van Ars en La Haya, diseñada por Aldo van Eyck
entre 1964 y 1969, es un ejemplo significativo de cómo la arquitectura puede
generar experiencias sensoriales profundas a través del espacio. Más allá de su
materialidad y su forma, esta obra se inserta dentro de la fenomenología
arquitectónica, donde la experiencia del usuario, el cuerpo y la percepción
espacial se convierten en elementos primordiales de su concepción y vivencia.
La fenomenología, como corriente filosófica, estudia la experiencia humana y
su relación con el entorno, una idea que ha sido central en la arquitectura.
Van Eyck, al igual que Barragán, comprende que el cuerpo es el protagonista
esencial del espacio arquitectónico. La iglesia no es solo una composición
estructural; es un escenario donde el cuerpo humano es el centro de la
experiencia.
Uno de los aspectos más notables de esta iglesia es la forma en que la luz
natural es utilizada como un elemento esencial para crear una atmósfera
espiritual. Van Eyck diseña una serie de lucernarios estratégicamente ubicados
que permiten la entrada de luz cenital, generando un juego de sombras y
reflejos que transforman el espacio a lo largo del día. Este manejo de la luz
recuerda la importancia del fuego en la concepción primitiva de la
arquitectura, donde la luz no solo ilumina, sino que también genera un sentido
de permanencia y pertenencia en el espacio.
La iglesia de Van Eyck se convierte en una manifestación del espacio
intersubjetivo, donde lo objetivo y lo subjetivo se entrelazan para formar una
experiencia sensorial única. Siguiendo la perspectiva de August Schmarsow, la
esencia de la arquitectura es el espacio, y en esta iglesia, dicho espacio no
solo está definido por paredes y techos, sino también por la relación que el
cuerpo establece con ellos. Van Eyck no diseña meramente un edificio, sino que
compone una secuencia de experiencias, donde la orientación corporal, la
profundidad y la escala juegan un papel determinante en la percepción del
espacio.
Bruno Zevi, en "Saber ver la arquitectura", enfatiza la
importancia de la interpretación del sitio y la emoción que los espacios pueden
generar. En la iglesia de La Haya, se puede apreciar esta perspectiva, ya que
la distribución de los espacios no se rige únicamente por una lógica funcional,
sino que está pensada para evocar sentimientos de introspección y
espiritualidad. El recorrido dentro de la iglesia se convierte en una travesía
sensorial, donde cada paso revela nuevas sensaciones gracias a la variabilidad
de la luz, la disposición de los volúmenes y la relación entre el lleno y el
vacío.
La continuidad entre el interior y el exterior es otra de las cualidades
fundamentales de este proyecto. La fenomenología nos habla de la mutua
constitución entre las ideas y las cosas, y en este caso, la iglesia es un
reflejo de esta relación. No es un objeto autónomo, sino una estructura que
dialoga con su entorno y con quienes la habitan. La envolvente de la iglesia no
solo abraza los espacios internos, sino que también establece un puente con el
mundo exterior, permitiendo una transición fluida entre lo público y lo
privado, lo sagrado y lo profano.
Desde la perspectiva de la intencionalidad arquitectónica, Van Eyck logra
diseñar un espacio que permite la reflexión. En palabras de Schmarsow, la
arquitectura, al igual que la música, tiene la capacidad de transmitir
emociones, y la Iglesia Católica en La Haya es un claro ejemplo de ello. Cada
elemento de su composición –desde la ubicación del altar hasta la disposición
de los bancos– está pensado para generar una experiencia que trasciende lo
visual y se arraiga en la percepción corporal.
La fenomenología nos invita a entender que la arquitectura no es solo
construcción, sino también experiencia. La iglesia de Van Eyck nos recuerda que
el espacio no se limita a sus dimensiones físicas, sino que se configura a
través de la interacción con el ser humano. Al igual que la Casa Müller de
Adolf Loos, donde los espacios se organizan en función de la actividad humana,
en este proyecto se puede observar cómo el diseño responde a las necesidades
del usuario más allá de la forma convencional de una iglesia tradicional.
Finalmente, la Iglesia Católica Pastoor Van Ars nos habla de la importancia
del vacío en la arquitectura. El vacío no como ausencia, sino como posibilidad.
Van Eyck trabaja con la luz, la proporción y la materialidad para crear un
vacío lleno de significado, donde la espiritualidad se construye no solo a
partir de lo que está presente, sino también de lo que se omite. Este concepto
resuena con la idea de "habitar los vacíos", presente en la obra de
Jorge Oteiza, donde el espacio desocupado se convierte en un protagonista
activo en la experiencia del usuario.
En conclusión, la iglesia diseñada por Aldo van Eyck en La Haya es un
ejemplo paradigmático de cómo la arquitectura puede generar experiencias
sensoriales profundas. A través de la fenomenología, podemos entender este
proyecto no solo como un conjunto de muros y techos, sino como una experiencia
intersubjetiva donde el cuerpo, la percepción y la intencionalidad se
entrelazan para construir un espacio de reflexión y espiritualidad. La iglesia
de Van Eyck no solo alberga a los fieles, sino que los envuelve, los guía y los
invita a sentir el espacio de una manera que va más allá de lo tangible.
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